El romanticismo fue un fenómeno generalizado de renovación literaria. Rechazó las codificaciones artísticas anteriores que habían establecido fuertes limitaciones a la espontaneidad poética. Su período de auge se ubica entre fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, esto es, alrededor de la Revolución Francesa.
Este movimiento puede ser comprendido por su contraste con la Ilustración: donde ésta colocaba como núcleo de comprensión de la realidad a la razón, el romanticismo privilegia fenómenos ajenos a la racionalidad iluminista. Cobran importancia, así, la exploración de los aspectos considerados irracionales de la conducta humana, como la imaginación o las emociones. El romántico privilegiará la emoción sobre la razón, los sentidos sobre el intelecto, lo cual produce un viraje hacia la propia subjetividad. Al mismo tiempo, destaca la exaltación del yo y lo individual[1]; tiene preferencia por lo excepcional y original frente a lo convencional; celebra a la naturaleza, concebida y representada en sus aspectos más sublimes (mares agitados, cielos tormentosos, inmensas llanuras, escenarios monumentales, etc.).
En el plano socio-cultural, el romanticismo está ligado al surgimiento de los modernos Estados nacionales. Valorará lo auténtico, lo propio, es decir, lo original y distintivo de cada cultura, en contraposición con el cosmopolitismo ilustrado. Apreciará, así, a los llamados “simples”, aquellos que están más cerca de la naturaleza y de la tierra (campesinos, por ejemplo), cuya ignorancia en cuestiones intelectuales es compensada y superada por su saber intuitivo, natural, espontáneo, incontaminado con los falsos refinamientos de la civilización. Por lo tanto, buscará los datos originarios de cada cultura y abrirá las puertas al folklore (cantos y danzas populares y rurales). En este sentido, el romanticismo proveerá a cada cultura de un pasado épico, prestigioso y arcaico; pintará con colores atractivos los espacios exóticos y pondrá el acento en los usos y costumbres de cada nación, ante los cuales deben rendirse las importancias de otras zonas culturales.[2]
En síntesis, estos serían los rasgos principales del arte romántico: exaltación imaginativa y desborde emotivo; realce de la expresividad individual y subjetiva; búsqueda de lo extraño, lo exótico, lo pintoresco y lo apasionado; retorno a temas y procedimientos del arte medieval; rechazo de la artificialidad mundana en beneficio de la vida rústica y natural; renovación del espíritu religioso, teñido de cierto panteísmo.
Sin embargo, el romanticismo no se limitó a ser sólo un movimiento artístico. También fue un movimiento político y una concepción integral de la vida: el romanticismo piensa el Cosmos como un todo orgánico: todas las manifestaciones de la vida (el funcionamiento del mundo, el comportamiento individual y social del hombre, y la tarea de creación artística) son entendidas como partes de un mismo proceso dinámico.
Creación poética
Hasta el siglo XVIII se considera que toda creación poética se basa en la imitación de una realidad, de una naturaleza interior o exterior. Desde la Antigüedad clásica se sostenía que toda obra de arte tiene que mantener una relación de semejanza y de adecuación con una realidad natural ya existente.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la doctrina de la imitación comienza a sufrir fuertes cuestionamientos que, poco a poco, determinan su decadencia. El factor principal que provoca este cambio es la creciente importancia que se reconoce a la personalidad del artista en el acto creador. La atención se desplaza del objeto al sujeto: el ideal poético deja de consistir en la imitación de la naturaleza. Ahora se trata de expresar los sentimientos, deseos y aspiraciones del poeta. El poema pasa de ser un reflejo de la realidad objetiva y externa para convertirse en revelación de la interioridad del poeta.
Los románticos consideran que la poesía nace impetuosamente de la intimidad profunda del poeta. La valoración del genio individual y de las fuerzas creadoras naturales e inconscientes ayuda también al triunfo de la teoría expresiva sobre la teoría imitativa del arte. A diferencia del neoclasicismo[3] (intelectual, racionalista), los románticos consideran la creación poética como una fuerza misteriosa, irreprimible, primitiva, que no obedece a reglas ni modelos y que se manifiesta en el poeta independientemente de la cultura, del arte y de la razón. Estos poetas se consideraban vehículos de la divinidad, es decir, instrumentos de las “musas” inspiradoras.
Dos aspectos importantes del romanticismo, entonces, son la imaginación y los sueños. La imaginación es la facultad que permite conjugar, en un orden inédito, las imágenes presentes a los sentidos, construyendo una realidad totalmente nueva. El sueño[4], por su parte, es el estado ideal en que el hombre puede comunicarse con la realidad profunda del universo, que no puede ser alcanzada por los sentidos ni por el entendimiento.
El concepto de creación adquiere con el romanticismo un sentido absoluto, y la poesía anhela crear el mundo y no describirlo ni expresarlo. Desde este momento, el acto creador se define por su libertad y por el rechazo a los modelos de la realidad.
Las preceptivas clásicas[5] establecieron ciertas leyes que regulaban la creación artística. Entre sus principios más importantes se encuentran la separación de géneros y la incontaminación entre ellos. Así, por ejemplo, había obras que se ocupaban de lo elevado, serio y noble (tragedia y épica); otras, de lo cómico, bajo, vulgar y grotesco (comedia). Cada tema tenía sus formas preestablecidas, sus metáforas y figuras, y un uso particular del lenguaje: una lengua elevada para los personajes nobles y otra vulgar para los personajes de estratos sociales populares.
A diferencia de esta separación y “pureza” de estilos, la obra romántica debía incluir todos los temas, desde los más elevados hasta los más humildes; no tenía estructuras fijas y tendía a la fragmentación; propendió a la disolución de los géneros poéticos del mismo modo que se confundieron los campos sensoriales (sinestesia). Se impone la yuxtaposición de lo grotesco (ridículo, risible, vicioso, criminal, etc.) y lo sublime (bello, armónico, puro, etéreo, etc.). Además, el romanticismo combate las tres unidades dramáticas establecidas por Aristóteles y convertidas en leyes en el Renacimiento: la acción debía ser una sola, transcurrir en 24 horas y en un único espacio.
América Latina
El romanticismo tuvo diferentes etapas y características distintivas según los países. En nuestro continente se introdujo hacia 1830, cuando Esteban Echeverría regresa a Buenos Aires tras pasar cinco años en Francia y empaparse del movimiento romántico. Si bien al principio se trató de una “copia” del programa europeo, poco a poco, y debido a sus propuestas (originalidad, color local, libertad de creación, etc.), comienza a tomar rasgos propios: creación consciente de un lenguaje nacional que se diferencie del español castizo (americanismos, regionalismo, neologismos); tomar distancia definitiva de las tradiciones peninsulares (además de la independencia política, se aboga por una independencia cultural); incluir el “color local” (el desierto, la llanura, el indio, el primitivismo de los habitantes, etc.).
Con el romanticismo aumenta notablemente la producción literaria y se inicia la crítica y la historia de las literaturas nacionales. Además, se amplía el cultivo de los géneros y hay una mayor calidad estética. En la poesía las innovaciones se concentran en la polimetría (combinación de diferentes estrofas) y en el predominio de la lírica, de la confesión personal, ajena al neoclasicismo. Por su parte, la prosa literaria (escasa en la literatura de la independencia) llega a predominar en el romanticismo: nace el cuento, la crónica de viaje, el cuadro de costumbres, la biografía literaria, ensayos, memorias y, en especial, los diferentes tipos de novelas. La mayoría de estos géneros se difunden a través del periodismo.
En América, los poetas románticos tuvieron un fuerte compromiso político con su situación histórica. En nuestro país, los textos románticos sostuvieron hipótesis en torno del deseo de revelar la realidad, pero también propusieron salidas a la dicotomía entre los bandos que estaban enfrentados desde la revolución de Mayo: unitarios y federales. De allí que muchas de sus obras sean ensayos o panfletos de corte doctrinario, o que en sus textos se utilicen estrategias narrativas al servicio de tramas ensayísticas, donde el relato anecdótico es un ejemplo o un caso de estudio que revela un estado de cosas que es necesario cambiar. Debido a esto, la exaltación del yo y de las experiencias individuales se vieron menguadas en el Río de la Plata ante las presencia de valores que privilegiaban lo público por encima de lo privado.
Generación del 37
La Generación del 37 fue un grupo de jóvenes entusiastas que organizaron una Sociedad Literaria como parte de una reflexión crítica sobre el país. Estos intelectuales[6] se propusieron dos objetivos: 1) identificar sin idealización los problemas que enfrentaba el país[7], y 2) trazar un programa que hiciera de la Argentina una nación moderna.
Pese a sus simpatías en general unitarias, la Generación del 37 se distinguió de éstos en varios aspectos:
- Aunque eran ávidos lectores de pensadores europeos, los hombres del 37 trataron de ser más cautos que sus antecesores al aplicar teorías europeas a problemas argentinos. David Viñas utiliza la metáfora de la “mirada estrábica” para caracterizar a este grupo: tienen un ojo en Europa y el otro en la patria.
- Intentaron terminar con las sangrientas divisiones entre unitarios centralistas y federales autonomistas.[8]
Los pensadores del 37, por un lado, suscribían las ideas de un gobierno representativo institucional; pero, por el otro, desconfiaban profundamente de la voluntad del pueblo, ya que las masas se encolumnaban detrás de Rosas y el autoritarismo tradicional que él representaba.
Para esta generación, los problemas del país se pueden sintetizar en tres: la tierra (grandes extensiones, incomunicación, falta de explotación racional, ausencia de industrias), la tradición española (moral eclesiástica y dogmática; atraso cultural e industrial) y la raza (mezcla de razas; ausencia de sangre europea, en particular, la nórdica, más laboriosa).
Casi ninguno de los hombres del 37 viviría para ver sus ideas puestas en práctica. A partir de la década de 1860 (triunfo del liberalismo porteño), los gobiernos persiguieron el programa de la Generación del 37: dominio de una elite ilustrada europeizante basada en Buenos Aires; intentos de construir una sociedad a la europea en la Argentina; gobierno aparentemente democrático (el poder y la participación estaba en manos elite); economía liberal restringida a quienes tenían riquezas y posición para acceder al orden económico; un espectacular progreso material promovido por las inversiones externas, el endeudamiento y la consiguiente pérdida de la soberanía nacional; desdén por los pobres rurales y urbanos, reflejado en intentos de “mejorar” la mezcla étnica por infusión de inmigrantes del norte de Europa.
Fuente:
Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina. Bs. As., Siglo XXI, 2008.
Pagliai, Lucila. Manual de literatura argentina. Bernal, UNQ, 2005.
[1] Para el Romanticismo, el Yo constituye la realidad primordial y absoluta, la conciencia de sí mismo representa el principio absoluto de todo saber. El personaje romántico se configura como un rebelde que se levanta, altivo y desdeñoso, contra las leyes y los límites que lo oprimen, y desafía a la sociedad y a Dios mismo. Del fracaso de esta aventura, de la imposibilidad de realizar el absoluto a que se aspira, nacen el pesimismo, la melancolía y la desesperación, el goce del sufrimiento, la búsqueda de soledad, el deseo de la muerte, etc.
[2] Esta concepción de la historia -que atiende a las particulares de cada nación- es conocida como “historicismo”. Por el contrario, el “iluminismo” considera que el progreso histórico es homogéneo y lineal, esto es, uno y el mismo para todas las naciones y que éstas deben pasar por las mismas etapas históricas (esclavismo, feudalismo, capitalismo, etc.), cuyo modelo son las civilizaciones europeas.
[3] El Neoclasicismo considera que en la creación poética desempeñan una función central los siguientes elementos: primacía de la razón, necesidad del estudio y del saber, importancia de las reglas, del trabajo paciente y continuo.
[4] Con este término se alude también a otros estados oníricos, como el éxtasis provocado por la música, por un recuerdo especial, por el alcohol y ciertas drogas, etc.
[5] Manuales que determinaban la manera correcta de escribir.
[7] La tercera del Facundo (1845), de Sarmiento, un programa político que hicieron realidad los miembros de la generación del ’80.
[8] Cabe aclarar que no lograron ninguno de estos objetivos.
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