La invención de la Argentina (fragmentos)
Con un rígido control estatal por un lado y una fecunda cultura popular por otro, la conciencia nacional, o al menos regional, entre los criollos, se desarrolló en dos direcciones opuestas. Las clases dirigentes se forjaban con los modelos de éxito y refinamiento que venían de España, en época de la Colonia, y de Francia e Inglaterra después de la Revolución. Así, la elite hispanoamericana se mantuvo más al tanto de las últimas modas europeas que de la cultura popular que la singularizaba, con lo que quedó en buena medida ignorada la peculiaridad regional que podría haber formado la base de la identidad nacional.
Cuando falló el gobierno de la elite intelectual y urbana, el pueblo llenó el vacío con sus propios sistemas de gobierno. Las clases bajas de cada región desarrollaron tradiciones populares de largo alcance, sentimientos de solidaridad de clase o étnica, una religión popular y mitologías prenacionales que crearon fuertes sentimiento localistas. El reflejo político del localismo fue el gobierno, más que de una institución, de un individuo carismático, el caudillo, quien encarnaba los valores culturales de la tradición.
En un gobierno personalista, el caudillo se vuelve símbolo visible de autoridad y protección, lo que, en escala menor, repite el caso de los símbolos patriarcales del rey y el sacerdote, con los que las masas populares ya estaban familiarizadas. En la alternativa entre el caudillo y teorías abstractas de gobierno, las masas se sentían más a gusto con sus caudillos, que, aunque primitivos y crueles en sus métodos, eran más sensibles que la elite centralista a los temores y anhelos de las masas rurales. Como resultado, en el caudillo se combinaron localismo y personalismo. Estos dos elementos impedirían durante décadas las iniciativas ilustradas. De hecho, buena parte de las guerras civiles que siguieron a la Independencia tienen su origen en los conflictos entre el realismo de los caudillos localistas y los sueños utópicos de la elite urbana. (…)
La base de sustentación de los caudillos fue la cultura campesina. Para los “nacionalistas”, los gauchos son el repositorio de los auténticos valores argentinos, y para los “liberales” son masas fáciles de manipular por demagogos. Ambas posiciones pasan por alto la complejidad de la población rural de clase baja. En el uso corriente, “gaucho” designa al proletariado rural en general. (…)
El proceso político por el que se formó la Primera Junta se repetiría una y otra vez durante los primeros diez años de la independencia. El Cabildo de Buenos Aires estaba dominado por los porteños ricos, comerciantes y terratenientes (los “vecinos”, la “gente decente”). Como representante de los intereses de la clase alta, el Cabildo una y otra vez derrocó gobiernos que no promovían los intereses comerciales o no protegían los privilegios de Buenos Aires, o no sabían mantener en su lugar a los caudillos provinciales. Así, el Cabildo siempre bloqueó cualquier emergencia real de los intereses provinciales o de las clases bajas.
Del Cabildo de Buenos Aires salió el primer cuerpo de gobierno argentino independiente de España, la Primera Junta. Los miembros de ésta se asignaron dos tareas principales: 1) organizar un ejército para hacer frente a las tropas españolas napoleónicas en nombre de Fernando, y 2) convocar a un congreso con representantes de las diferentes provincias para gobernar el Virreinato hasta que se restaurara el orden.
Como estos hechos ocurrieron en el mes de mayo, la palabra Mayo en la Argentina se hizo sinónimo de independencia y de una preferencia por la democracia sobre la monarquía, y sus líderes son llamados los Hombres de Mayo. Pero hay que usar con cierta precaución el término, puesto que agrupar a todas las corrientes ideológicas de la Revolución bajo una sola palabra sugiere un consenso ideológico que nunca existió. Además, aunque muchos provincianos simpatizaban con la Revolución de Mayo (una vez que se enteraron de sus existencia), Mayo fue un fenómeno de Buenos Aires, en el que los porteños declararon la independencia de la España napoleónica no sólo para sí mismos, sino para todos los habitantes del Virreinato. De Mayo en adelante, entonces, los porteños iniciaron una larga tradición de confundir a Buenos Aires con todo el país. Más aún, con la Primera junta comenzó una larga serie de conflictos entre porteños y caudillos provinciales que con frecuencia terminó en sangre y en guerra civil.
La Revolución de Mayo presenta dos líneas antagónicas. La elite morenista estaba compuesta por jóvenes soñadores que querían hacer de su país una vidriera de la civilización europea. En el campo político sostenían un gobierno fuerte y unificado con base en Buenos Aires, postura que más tarde los identificaría como unitarios. En economía preferían, en general, una política de libre comercio. Provenían de las clases altas que vivían de sus rentas y educaban a sus hijos en Europa. Asimismo, los avergonzaba la existencia de las atrasadas provincias con sus caudillos y sus gauchos mestizos y analfabetos. En tanto estudiantes del pensamiento europeo, se llenaron la boca con proyectos de formación de una república democrática, y repetían ideas ilustradas de igualdad y fraternidad universales. Pero la suya era una democracia antidemocrática, cuyos dirigentes eran más príncipes filósofos que representantes salidos del pueblo.
El saavedrismo desconfiaba de la elite intelectual porteña y solía sentirse más cómodo con el gobierno personalista centrado en un caudillo. Los criollistas provincianos temían la hegemonía porteña y en general sostenían la autonomía provincial, posición que más tarde los identificó como federalistas. Además, mantenían un interés paternalista en las clases bajas, simpatizaban con los intereses provincianos, eran más conservadores, pro español y pro católico.
Los conflictos resultantes entre saavedristas y morenistas, conservadores y liberales, proteccionistas y partidarios del libre comercio, provincianos y porteños, populistas[1] y elitistas, nacionalistas y cosmopolitas, personalistas e institucionalistas, federales y unitarios, de un modo extraño siguen asolando al país. Sin embargo, la oposición no sigue la división de clases sociales, ya que los ricos cambiaron sus lealtades políticas de acuerdo con sus intereses económicos: los terratenientes porteños fueron sucesivamente liberales y proteccionistas, cosmopolitas y nacionalistas, según cuál bando fuera mejor para sus negocios en un momento dado.
Aunque el federalismo porteño y el provinciano tenían el mismo nombre, diferían en varios puntos clave. Para los federales porteños, la autonomía significaba preservar los ingresos de la ciudad puerto mediante impuestos a las importaciones y exportaciones; más aún, tendían a ser más conservadores, más católicos, más hispánicos. Para las provincias del interior y del Litoral, federalismo significaba resistir a los intentos de concentrar poder en la ciudad puerto y, en el mejor de los casos, defender los derechos de las clases humildes.
[1] Aunque el populismo ha sido asociado a la demagogia, el antiintelectualismo y el gobierno de las masas, en realidad implica tres ideas básicas:
1) Democracia radical: todos los elementos de la sociedad, sea cual fuere su raza, clase y origen, participan por igual. Lo radical de una democracia no se termina en el acto de votar; también incluye conceptos de igual acceso a la educación y a las fuentes de riqueza.
2) Federalismo: se ve a las provincias como entidades autónomas, que estaban en relación sólo por mutuo consentimiento.
3) Nativismo: trata de definir a la Argentina en términos de su cultura popular, particularmente la de los gauchos y las clases bajas, en oposición a las preferencias europeístas de los unitarios.
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